Diecisiete comensales acomodados en comedor gastado, enfrentados y acicalados.
Ricas viandas por servir, cada uno un plato y el resto a repartir.
Poca ensalada pero bien aliñada.
Las señoras pescado, alguna salado.
Los señores prefieren cordero,
pichón para el más glotón.
A la derecha, perdiz y solomillo,
a la izquierda, paté y empanada,
más allá, patatas al pegotón
y en el centro, lomo embuchado.
De postre fruta escarchada,
- ¡que no falte de nada!,- grita un invitado.
Licores de finas hierbas, café, copa y puro.
Llega la cuenta, miradas ausentes que buscan vacíos.
- ¡Señores!, ¿quién paga?.
- Lo más justo es que pague quien más haya comido - espeta un comensal.
Otro dice que procede más pagar a partes iguales.
Otro advierte, -los que más tienen que abonen lo de todos, sería lo normal-.
Y otro comenta que él solo paga su cuenta.
- ¡No queda otra! -, dice un lumbreras,-
habremos de llegar al consenso, y si no, comisión.
- Votemos pues, y que sea por unanimidad,
que levante cada uno su mano...
Votar ya han votado, - y ¿que fué del resultado?.
Pues a cargo del pueblo y que pague el ciudadano.
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